viernes, 11 de marzo de 2011

Mas allá del Amor

Muerte Constante Más Allá Del Amor
Patricia Velásquez- Actriz y modelo de la etnia wayúu de la Guajira venezolana-Aquí en su papel en la película La Momia II


Un cuento de Gabriel García Márquez (1970)
Al senador Onésimo Sánchez le faltaban seis meses y once días para morirse cuando encontró a la mujer de su vida. 

La conoció en el Rosal del Virrey, un pueblecito ilusorio que de noche era una dársena furtiva para los buques de altura de los contrabandistas, y en cambio a pleno sol parecía el recodo más inútil del desierto, frente a un mar árido y sin rumbos, y tan apartado de todo que nadie hubiera sospechado que allí viviera alguien capaz de torcer el destino de nadie. 
Hasta su nombre parecía una burla, pues la única rosa que se vio en aquel pueblo la llevó el propio senador Onésimo Sánchez la misma tarde en que conoció a Laura Farina.
Fue una escala ineludible en la campaña electoral de cada cuatro años. Por la mañana habían llegado los furgones de la farándula. Después llegaron los camiones con los indios de alquiler que llevaban por los pueblos para completar las multitudes de los actos públicos. Poco antes de las once, con la música y los cohetes y los camperos de la comitiva, llegó el automóvil ministerial del color del refresco de fresa. El senador Onésimo Sánchez estaba plácido y sin tiempo dentro del coche refrigerado, pero tan pronto como abrió la puerta lo estremeció un aliento de fuego y su camisa de seda natural quedó empapada de una sopa lívida, y se sintió muchos años más viejo y más solo que nunca. En la vida real acababa de cumplir 42, se había graduado con honores de ingeniero metalúrgico en Gotinga, y era un lector perseverante aunque sin mucha fortuna de los clásicos latinos mal traducidos. Estaba casado con una alemana radiante con quien tenía cinco hijos, y todos eran felices en su casa, y él había sido el más feliz de todos hasta que le anunciaron, tres meses antes, que estaría muerto para siempre en la próxima Navidad.
Mientras se terminaban los preparativos de la manifestación pública, el senador logró quedarse solo una hora en la casa que le habían reservado para descansar, Antes de acostarse puso en el agua de beber una rosa natural que había conservado viva a través del desierto, 
almorzó con los cereales de régimen que llevaba consigo para eludir las repetidas fritangas de chivo que le esperaban en el resto del día, y se tomó varias píldoras analgésicas antes de la hora prevista, de modo que el alivio le llegara primero que el dolor. Luego puso el ventilador eléctrico muy cerca del chinchorro y se tendió desnudo durante quince minutos en la penumbra de la rosa, haciendo un grande esfuerzo de distracción mental para no pensar en la muerte mientras dormitaba. Aparte de los médicos, nadie sabía que estaba sentenciado a un término fijo, pues había decidido padecer a solas su secreto, sin ningún cambio de vida, y no por soberbia sino por pudor.
Se sentía con un dominio completo de su albedrío cuando volvió a aparecer en público a las tres de la tarde, reposado y limpio, con un pantalón de lino crudo y una camisa de flores pintadas, y con el alma entretenida por las píldoras para el dolor. Sin embargo, la erosión de la muerte era mucho más pérfida de lo que él suponía, pues al subir a la tribuna sintió un raro desprecio por quienes se disputaron la suerte de estrecharle la mano, y no se compadeció como en otros tiempos de las recuas de indios descalzos que apenas si podían resistir las brasas de caliche de la placita estéril.
Acalló los aplausos con una orden de la mano, casi con rabia, y empezó a hablar sin gestos, con los ojos fijos en el mar que suspiraba de calor. Su voz pausada y honda tenía la calidad del agua en reposo, pero el discurso aprendido de memoria tantas veces machacado no se le había ocurrido por decir la verdad sino por oposición a una sentencia fatalista del libro cuarto de los recuerdos de Marco Aurelio.
—Estamos aquí para derrotar a la naturaleza —empezó, contra todas sus convicciones—. Ya no seremos más los expósitos de la patria, los huérfanos de Dios en el reino de la sed y la intemperie, los exilados en nuestra propia tierra. Seremos otros, señoras señores, seremos grandes y felices.
Eran las fórmulas de su circo. Mientras hablaba, sus ayudantes echaban al aire puñados de pajaritos de papel, y los falsos animales cobraban vida, revoloteaban sobre la tribuna de tablas y se iban por el mar. Al mismo tiempo, otros sacaban de los furgones unos árboles de teatro con hojas de fieltro y los sembraban a espaldas de la multitud en el suelo de salitre. Por último armaron una fachada de cartón con casas fingidas de ladrillos rojos y ventanas de vidrio y taparon con ella los ranchos miserables de la vida real.
El senador prolongó el discurso, con dos citas en latín, para darle tiempo a la farsa. Prometió las máquinas de llover, los criaderos portátiles de animales de mesa, los aceites de la felicidad que harían crecer legumbres en el caliche y colgajos de trinitarias en las ventanas. Cuando vio que su mundo de ficción estaba terminado, lo señaló con el dedo.
—Así seremos, señoras y señores —gritó—. Miren. Así seremos.
El público se volvió. Un trasatlántico de papel pintado pasaba por detrás de las casas, y era más alto que las casas más altas de la ciudad de artificio. Sólo el propio senador observó que a fuerza de ser armado y desarmado, y traído de un lugar para el otro, —también el pueblo de cartón superpuesto estaba carcomido por la intemperie, y era casi tan pobre y polvoriento y triste como el Rosal del Virrey.
Nelson Farina no fue a saludar al senador por primera vez en doce años. Escuchó el discurso desde su hamaca, entre los retazos de la siesta, bajo la enramada fresca de una casa de tablas sin cepillar que se había construido con las mismas manos de boticario con que descuartizó a su primera mujer. Se había fugado del penal de Cayena y apareció en el Rosal del Virrey en un buque cargado de guacamayas inocentes, con una negra hermosa y blasfema que se encontró en Paramaribo, y con quien tuvo una hija. La mujer murió de muerte natural poco tiempo después, y no tuvo la suerte de la otra cuyos pedazos sustentaron su propio huerto de coliflores, sino que la enterraron entera y con su nombre de holandesa en el cementerio local. La hija había heredado su color y sus tamaños, y los ojos amarillos y atónitos del padre, y éste tenía razones para suponer que estaba criando a la mujer más bella del mundo.
Desde que conoció al senador Onésimo Sánchez en la primera campaña electoral, Nelson Farina había suplicado su ayuda para obtener una falsa cédula de identidad que lo pusiera a salvo de la justicia. El senador, amable pero firme, se la había negado. Nelson Farina no se rindió durante varios años, y cada vez que encontró una ocasión reiteró la solicitud con un recurso distinto. Pero siempre recibió la misma respuesta. De modo que aquella vez se quedó en el chinchorro, condenado a pudrirse vivo en aquella ardiente guarida de bucaneros. Cuando oyó los aplausos finales estiró la cabeza, y por encima de las estacas del cercado vio el revés de la farsa: los puntales de los edificios, las armazones de los árboles, los ilusionistas escondidos que empujaban el trasatlántico. Escupió su rencor.
—Merde —dijo— c'est le Blacaman de la politique.
Después del discurso, como de costumbre, el senador hizo una caminata por las calles del pueblo, entre la música y los cohetes, y asediado por la gente del pueblo que le contaba sus penas. El senador los escuchaba de buen talante, y siempre encontraba una forma de consolar a todos sin hacerles favores difíciles. Una mujer encaramada en el techo de una casa, entre sus seis hijos menores, consiguió hacerse oír por encima de la bulla y los truenos de pólvora.
—Yo no pido mucho, senador —dijo—, no más que un burro para traer agua desde el Pozo del Ahorcado.

El senador se fijó en los seis niños escuálidos.
—¿Qué se hizo tu marido? —preguntó.
—Se fue a buscar destino en la isla de Aruba— contestó la mujer de buen humor—, y lo que se encontró fue una forastera de las que se ponen diamantes en los dientes.
La respuesta provocó un estruendo de carcajadas.
—Está bien —decidió el senador— tendrás tu burro.
Poco después, un ayudante suyo llevó a casa de la mujer un burro de carga, en cuyos lomos habían escrito con pintura eterna una consigna electoral para que nadie olvidara que era un regalo del senador.
En el breve trayecto de la calle hizo otros gestos menores, y además le dio una cucharada a un enfermo que se había hecho sacar la cama a la puerta de la casa para verlo pasar. En la última esquina, por entre las estacas del patio, vio a Nelson Farina en el chinchorro y le pareció ceniciento y mustio, pero lo saludó sin afecto:
—Cómo está.
Nelson Farina se revolvió en el chinchorro y lo dejó ensopado en el ámbar triste de su mirada.
—Moi, vous savez —dijo.
Su hija salió al patio al oír el saludo. Llevaba una bata guajira ordinaria y gastada, y tenía la cabeza guarnecida de moños de colores y la cara pintada para el sol, pero aun en aquel estado de desidia era posible suponer que no había otra más bella en el mundo. El senador se quedó sin aliento.

—¡Carajo —suspiró asombrado— las vainas que se le ocurren a Dios!
Esa noche, Nelson Farina vistió a la hija con sus ropas mejores y se la mandó al senador. Dos guardias armados de rifles, que cabeceaban de calor en la casa prestada, le ordenaron esperar en la única silla del vestíbulo.
El senador estaba en la habitación contigua reunido con los principales del Rosal del Virrey, a quienes había convocado para cantarles las verdades que ocultaba en los discursos. Eran tan parecidos a los que asistían siempre en todos los pueblos del desierto, que el propio senador sentía el hartazgo de la misma sesión todas las noches. Tenía la camisa ensopada en sudor y trataba de secársela sobre el cuerpo con la brisa caliente del ventilador eléctrico que zumbaba como un moscardón en el sopor del cuarto.
—Nosotros, por supuesto, no comemos pajaritos de papel —dijo—. Ustedes y yo sabemos que el día en que haya árboles y flores en este cagadero de chivos, el día en que haya sábalos en vez de gusarapos en los pozos, ese día ni ustedes ni yo tenemos nada que hacer aquí. ¿Voy bien?

Nadie contestó. Mientras hablaba, el senador había arrancado un cromo del calendario y había hecho con las manos una mariposa de papel. La puso en la corriente del ventilador, sin ningún propósito, y la mariposa revoloteó dentro del cuarto y salió después por la puerta entreabierta. El senador siguió hablando con un dominio sustentado en la complicidad de la muerte.
—Entonces —dijo— no tengo que repetirles lo que ya saben de sobra: que mi reelección es mejor negocio para ustedes que para mí, porque yo estoy hasta aquí de aguas podridas y sudor de indios, y en cambio ustedes viven de eso.
Laura Farina vio salir la mariposa de papel. Sólo ella la vio, porque la guardia del vestíbulo se había dormido en los escaños con los fusiles abrazados. Al cabo de varias vueltas la enorme mariposa litografiada se desplegó por completo, se aplastó contra el muro, y se quedó pegada. 
Laura Farina trató de arrancarla con las uñas. Uno de los guardias, que despertó con los aplausos en la habitación contigua, advirtió su tentativa inútil.
—No se puede arrancar —dijo entre sueños—. Está pintada en la pared.
Laura Farina volvió a sentarse cuando empezaron a salir los hombres de la reunión. El senador permaneció en la puerta del cuarto, con la mano en el picaporte, y sólo descubrió a Laura Farina cuando el vestíbulo quedó desocupado.
—¿Qué haces aquí?
—C'est de la part de mon pére— dijo ella.
El senador comprendió. Escudriñó a la guardia soñolienta, escudriñó luego a Laura Farina cuya belleza inverosímil era más imperiosa que su dolor, y entonces resolvió que la muerte decidiera por él.
—Entra —le dijo.
Laura Farina se quedó maravillada en la puerta de la habitación: miles de billetes de banco flotaban en el aire, aleteando como la mariposa. Pero el senador apagó el ventilador, y los billetes se quedaron sin aire, v se posaron sobre las cosas del cuarto.
—Ya ves —sonrió hasta la mierda vuela.
Laura Farina se sentó como en un taburete de escolar. Tenía la piel lisa y tensa, con el mismo color y la misma densidad solar del petróleo crudo, y sus cabellos eran de crines de potranca y sus ojos inmensos eran más claros que la luz. El senador siguió el hilo de su mirada y encontró al final la rosa percudida por el salitre.
—Es una rosa —dijo.
—Sí —dijo ella con un rastro de perplejidad—, las conocí en Rlohacha.
El senador se sentó en un catre de campaña, hablando de las rosas, mientras se desabotonaba la camisa. Sobre el costado, donde él suponía que estaba el corazón dentro del pecho, tenía el tatuaje corsario de un corazón flechado. Tiró en el suelo la camisa mojada y le pidió a Laura Farina que lo ayudara a quitarse las botas.
Ella se arrodilló frente al catre. El senador la siguió escrutando, pensativo, y mientras le zafaba los cordones se preguntó de cuál dé los dos sería la mala suerte de aquel encuentro.
—Eres una criatura —dijo.
—No crea —dijo ella—. Voy a cumplir 19 en abril.
El senador se interesó.
—Qué día.
—El once —dijo ella.
El senador se sintió mejor. “Somos Aries”, dijo. Y agregó sonriendo:
—Es el signo de la soledad.
Laura Farina no le puso atención pues no sabía qué hacer con las botas. El senador, por su parte, no sabía qué hacer con Laura Farina, porque no estaba acostumbrado a los amores imprevistos, y además era consciente de que aquél tenía origen en la indignidad. Sólo por ganar tiempo para pensar aprisionó a Laura Farina con las rodillas, la abrazó por la cintura y se tendió de espaldas en el catre. Entonces comprendió que ella estaba desnuda debajo del vestido, porque el cuerpo exhaló una fragancia oscura de animal de monte, pero tenía el corazón asustado y la piel aturdida por un sudor glacial.
—Nadie nos quiere —suspiró él.
Laura Farina quiso decir algo, pero el aire sólo le alcanzaba para respirar. La acostó a su lado para ayudarla, apagó la luz, y el aposento quedó en la penumbra de la rosa. Ella se abandonó a la misericordia de su destino. El senador la acarició despacio, la buscó con la mano sin tocarla apenas, pero donde esperaba encontrarla tropezó con un estorbo de hierro.
—¿Qué tienes ahí?
—Un candado —dijo ella.
—¡Qué disparate! —dijo el senador, furioso, y preguntó lo que sabía de sobra—: ¿Dónde está la llave?

Laura Farina respiró aliviada.
—La tiene mi papá —contestó—. Me dijo que le dijera a usted que la mande a buscar con un propio y que le mande con él un compromiso escrito de que le va a arreglar su situación.
El senador se puso tenso. “Cabrón franchute”, murmuró indignado. Luego cerró los ojos para relajarse, y se encontró consigo mismo en la oscuridad. Recuerda —recordó— que seas tú o sea otro cualquiera, estaréis muerto dentro de un tiempo muy breve, y que poco después no quedará de vosotros ni siquiera el nombre. Esperó a que pasara el escalofrío.
—Dime una cosa —preguntó entonces—: ¿Qué has oído decir de mí?
—¿La verdad de verdad?
—La verdad de verdad.
—Bueno —se atrevió Laura Farina—, dicen que usted es peor que los otros, porque es distinto.
El senador no se alteró. Hizo un silencio largo, con los ojos cerrados, y cuando volvió a abrirlos parecía de regreso de sus instintos más recónditos.
—Qué carajo —decidió— dile al cabrón de tu padre que le voy a arreglar su asunto.
—Si quiere yo misma voy por la llave —dijo Laura Farina.
El senador la retuvo.
—Olvídate de la llave —dijo— y duérmete un rato conmigo. Es bueno estar con alguien cuando uno está solo.
Entonces ella lo acostó en su hombro con los ojos fijos en la rosa. El senador la abrazó por la cintura, escondió la cara en su axila de animal de monte y sucumbió al terror. Seis meses y once días después había de morir en esa misma posición, pervertido y repudiado por el escándalo público de Laura Farina, y llorando de la rabia de morirse sin ella.



La región verde en el mapa indica donde vive la etnia Wayúu entre Venezuela y Colombia


14 comentarios:

mateosantamarta dijo...

Es muy bueno. Tanto como lo mejor de Cien Años de Soledad. No lo conocía. Gracias, amigo.
Un abrazo.

Gizela dijo...

Mi verde Aristos!
Que cuento tan triste!!!!
Saltan las realidades oscuras de nuestras tierras,por encima de las magistrales letras del Gabriel Garcia Marquez
Los fatídicos y amorales montajes electorales y el ambiente ficticio propio de las giras de los "políticos"
Las ganas de creer por creer de quienes viven en pueblos desolados y que saben que cada cuatro o cinco años, alguien vendrá, y les escuchará sus problemas y se los contestará ...siempre con promesas más grandes y más fantasiosas
Y siempre esos políticos encontrarán en la arena en la necesidad, una forma de mitigar a todos sin hacer favores difíciles
"árboles de teatro con hojas de fieltro” y casas fingidas de ladrillos rojos”...un burro para cargar el agua desde el Pozo del Ahorcado...pero bien marcado,“pintura eterna” para que no olvide la mujer, quien se lo regaló, como no puede olvidar el rosario de hijos que le dejó un marido que fue a buscar fortuna, y encontró a otra...y olvido el rosario hambriento que dejó en el pueblo.
El transatlántico de papel pintado, lo carga y lo arma y desarma, la inmoralidad política, y el mar para que flote, tiene olas de desesperanza...y a la larga, en algunos se convierte en el único modo de sobrevivir su realidad...que es tan absoluta como la sentencia de muerte del senador
Garcia Marquez juega con el realismo mágico en sus cuentos, pero es realismo puro y duro, todavía hoy día, de muchos
Una obra de teatro electoral, donde el pesimismo es el actor principal..
No existe la trascendencia, ni para el pueblo que quiere sentir las brisas " de las hojas de fieltro" ni para el senador que optó porque la muerte resolviera por él....
Hay una Muerte Constante Más Allá Del Amor...
Hermosos tus vídeos!!!!
Me salvaron de la tristeza del cuento...
Especialmente con Carlos Vives y esa canción tan bella!!!!
Besos grandes mi Verde Aristos

Gizela dijo...

Mi Aristo y Verdísimo
Hoy leía un análisis comparando el cuento con un poema de Quevedo
Solo que estaba invertido el título:
Amor constante más allá de la muerte
Quevedo concentra toda la energía de su soneto en la sola idea de que el amor es una fuerza insuperable capaz de vencer al tiempo y también a la muerte. En el cuento el amor aparece como una experiencia imposible con un estricto límite temporal, signado por la muerte.

Te dejo el soneto...para reponerme de la tristura del cuento

Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora a su afán ansioso lisonjera;

Mas no, de esotra parte, en la ribera,
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
Venas que humor a tanto fuego han dado,
Médulas que han gloriosamente ardido:

Su cuerpo dejará no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.

FRANCISCO DE QUEVEDO (1580-1645)

Bueno ....tal vez el senador del cuento, ya al final de su vida, tan intrascendente y plagada de mentiras, haya encontrado en ese amor, la trascendencia que todos anhelamos...y encontró en los últimos meses en el amor por Laura, el único verdadero sentido de la vida...
Besos y abrazos inmensos

alfonso dijo...


· A eso se le llama saber escribir. No en vano es quién es. Has hecho bien en traernos este regalo.

· Saludos, artista

CR & LMA
________________________________
·

fede dijo...

Hermoso cuento del gran surrealista García Márquez, como lo transporta a uno a parajes de la bella y única Latinoamérica. El sol ardiente, los calores que hacen que la gente no deje de sudar como los dos guardias. Y el gran tema de la virginidad que no acaba en nuestro continente. El candado, me transporta a su otra novela Crónica de una Muerte Anunciada, donde un hombre es ajusticiado por robarse la preciada virginidad de una novia que en su noche de bodas es pillada por su consorte y este la rechaza inmediatamente. La miseria de nuestro subcontinente, un burro para jalar el agua, se le pide al senador a cambio del voto, clientelismo le llamarían a esto los analistas políticos de hoy. Esta escena de la entrega de la virginidad a cambio de la cédula me hace recordar la Fiesta del Chivo de Vargas Llosa donde el cerebrito Cabral quiere recobrar los favores del dictador Trujillo al cuál ha caído en desgracias, entregándole lo que más ama el autócrata una virgen de 16 años, que resulta ser su propia y única hija. Hermosa y refrescante entrada Aristos, un abrazo¡

Madam Sagá dijo...

Bello cuento niño Aristos
Le dejo un piquito y mis aladas felicitaciones

Clara dijo...

Amor-Muerte,eros-thanatos.¿No es todo principio y fin?.Un relato mágico,dónde el aparentar es una transacción...,como muchas;Regusto amargo y música para entonar.
gracias,por el regalo.

Un abrazo grande

Madam Sagá dijo...

Niño Aristos!!
No le había escuchado sus vídeos
Y disfrutando al grande Carlos Vives, me acordé de otro interprete colombiano y una canción que se parece a mi Julian y a mí
Se la dejo para que la disfrute
http://www.youtube.com/watch?v=oAEzMMCLXEw
Piquitos muchos

Myriam dijo...

El senador podía engañar a todos, pero no así mismo.

NO conocía este cuento de GGM. Gracias por traerlo.

Un abrazo

Myriam dijo...

PD- Patricia Velásquez, ¡qué belleza de mujer!

elena clásica dijo...

Pura e intensa suena la voz del querido García Márquez. Extraordinario relato de la mentira política mezclada con la irrealidad de los sentimientos.
Me encanta el tiempo que anticipa los acontecimientos, que maneja con una soltura maestra nuestro escritor. Esta anticipación predispone al lector a tomar partido por las decisiones de los personajes, como si nosotros fuéramos también los escritores y tuviéramos cierta responsabilidad en los actos de los personajes.

Suena terrible el futuro que le espera al senador, y que además es irremediable, irreversible, como si ya estuviera visto: un futuro que vemos desde su futuro y que ya se ha hecho pasado. Increíble García Márquez en este juego. En medio de él la aparición casi fantasmal en medio de mariposas de papel, que no son más allá de dibujos de Laura Farina, aries, nacida en día 11, condenada a la soledad y con un cinturón de castidad que la protege del senador, de momento.
La belleza de Laura no parece de este mundo, va más allá de él donde no ha de seguir al senador cuando emprenda el viaje hacia su muerte.

Realismo mágico que asoma y posee al lector con toda su pasión y belleza.

Adoro a este novelista. He disfrutado de algunas de sus obras y siempre hablan de un universo único, particular, reconocible y a la vez siempre distinto.

Recientemente he leído "Del amor y otros demonios", del 94, y ha sido un viaje a los demonios más profundos que alimentan el espíritu de algunos seres humanos. Una experiencia clarividente.

Me ha gustado mucho que nos traigas aquí a este querido escritor, querido Aristos. Es una belleza de relato, inquietante y feroz también.

Un gran abrazo, querido filósofo y artista con mucho cariño.

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amigo Aristos,

No soy entendido en García Márquez, aunque, por supuesto, me gusta leer lo que de él se publica, pero tengo que decir que este cuento me ha encantado especialmente, por la mezcolanza que hay entre lo que aparentan ser los Políticos, que a veces parecen Seres Irreales, y la auténtica Realidad de ellos, que, al fin y al cabo, tienen las mismas cuitas y las mismas debilidades que el resto de los mortales.

No puedo dejar de decir que el comentario de Elena Clásica, como siempre, me ha dejado boquiabierto. Tras la lectura de su comentario, impecable y bien fundamentado, bien poco es lo que yo puedo opinar en el plano literario.

Te envío un abrazo, amigo Aristos, Ex.Dilman.

Antonio

Gustavo Figueroa Velásquez dijo...

La terrible y verdadera realidad de los pueblos de las llamadas "repúblicas bananeras" surge desde el mismo paisaje polvoriento y olvidado de esos pueblos que por misteriosos y cuasi medievales encierran toda una posibilidad de "realismo mágico" que García Márquez recoge y plasma con sus letras impresionantes hasta convertirlo en una epopeya de la historia contemporánea de esos pueblos que bien podrían todos, sin ninguna duda, llamarse Macondo. Onésimo Sánchez, el típico politiquero de pueblo, personaje del cuento “MUERTE CONSTANTE MÁS ALLÁ DEL AMOR”, que es a su vez uno de los siete cuentos que conforman el libro "La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada", nos muestra la cara de aquél inescrupuloso que todo lo promete aún sabiendo que nada va a cumplir; Onésimo es la cara de un Estado manipulador que no cambia aunque pase el tiempo. Hoy podemos ver esos mismos pueblos de la Costa Atlántica colombiana y constatamos que el tiempo se detuvo allí y que el progreso jamás los abrazó...pero las historias pululan como los bichos en las ciénagas y en los ríos contaminados de esa geografía de tantas paradojas que, inclusive, llega a inspirar a un genio como Gabriel García Márquez.
Bien vale la pena recordar estas historias y recordar que
"los cien años de Macondo sueñan, sueñan en el aire, y los años de Gabriel Trompetas,
trompetas lo anuncian,
encadenado a Macondo sueña,
don José Arcadio,
y aunque él la vida pasa haciendo,
remolino de recuerdos.
Las tristeza de Aureliano, el cuatro,
la belleza de Remedios, violines,
las pasiones de Amaranta, guitarras,
el embrujo de Melquiades, obóes,
Ursula cien años, soledad Macondo,
Ursula cien años, soledad Macondo.
Eres, epopeya de un pueblo olvidado,
forjado en cien años de amores a historia,
eres epopeya de un pueblo olvidado,
forjado en cien años de amores a historia,
y me imagino y vuelvo a vivir,
en mi memoria quemada al sol,
mariposas amarillas,
Mauricio Babilonia,
mariposas amarillas, que vuelan liberadas,
mariposas amarillas,
Mauricio Babilonia,
mariposas amarillas, que vuelan liberadas..."

Bravo y un abrazo.

Steki dijo...

Uála... qué cuentito, che. Sin desperdicio alguno. Un tremendo final.
No había visto este post, amigo verde. Bellísimas las imágenes.
Te dejo un beso de otoño.